domingo, 26 de abril de 2009

El invierno de la rosa

Cuánto tormento…¡

Gotas de lluvia destilan mis ojos.
En cada una, sólo tu imagen es refleja
para recordarme cada instante
la inmensidad de los sueños.
El dolor mismo se hace gozo
y se convierte en elixir
que me devuelve a vivir.

Llueve… Llueve a torrentes
y te elevas en la bruma.
Nada explica de qué manera la distancia
se alarga, como la sombra
que sigue al aldeano en su andar,
por el triste pueblo que soy.

Es invierno, pero es un raro invierno,
no parece prometer, como otrora,
los verdores a los campos.

Llueve y con el correr de las aguas
se desdibuja la historia
al imaginar tus anhelos
calle abajo, en su desfilar.

La exigua flama
del cirio a la intemperie
se apaga en un primer intento
de colorear el camino,
de suavizarlo con sangre.

La hiedra se adueña de aquellos aleros,
refugios de cuentos, espacios de gracias.

Éste invierno, en su rareza,
incendia la piel, y entre tanto me aprendes
como un recuerdo, mis labios enviudan de besos.

Arrecia la lluvia, ensordece y encanta.
Se torna sublime el concierto
como el grito de un “sin ti no puedo”
en medio del sepulcral silencio…

Casilda


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